Los ciclos me alcanzan.
Regresan a mi cuerpo como pequeñas sensaciones de vacío y turbulencia.
Vuelo otra vez sobre el mar y me empapan las olas espumosas de Quizales.
Los ladridos feroces, el olor de la arena mojada y una tortuga anclada bajo una palma; un día cualquiera en el paraíso.
Permito a la ola que me mueva solo lo suficiente para recordar el dulzor amargo de aquellos años que hoy, frente al ventanal empañado por una lluvia insistente, toman sentido.
La soledad es cama suave pero no duermo. Aún quedan algunas dagas que pensaba ya no.
Quizás, un día pueda dejar de sentir tanto.
Espero que pronto, el barro que pisan mis pies convierta heridas en cicatrices.
Todavía no logro ver por completo. Pero sé que estoy aquí y ahora. En ocasiones voy a tientas, otras avanzo como una máquina, muchas más voy despacio develando mi nuevo rostro que ya reconozco.
Las esquinas de mis ojos y mis párpados han envejecido diez años. Yo con ellos.
Yo con todo.
Yo en el presente y mi ceño, travieso, sin avisar, a veces en el pasado.
